El Santuario Nacional de Mchu Picchu, construído por los incas en las cumbres andinas de Perú, es el principal recurso turístico de Perú y una de las grandes maravillas del mundo. Tanto es su éxito que en vez de favorecerle ha terminado por ser una verdadera problemática. Los límites de su capacidad de carga se estipularon en el Plan Maestro 2005-2015, que estableció las normas de su conservación y uso público de acuerdo a las normas de la UNESCO y la legislación nacional de Perú sobre manejo del Patrimonio. En este plan se fijaba una capacidad de acogida máxima de 2.500 visitantes al día.
Bien, esta capacidad de carga máxima de 2.500 visitantes al día, se vió superada alrededor de 1.000 ingresos más por día debido al alza del flujo turístico y sin que las autoridades encargadas de su protección y preservación hagan algo para evitarlo. Por ello, la Dirección Regional de Cultura de Cusco abrió dos nuevas rutas de acceso, lo que permite el acceso de 3.300 visitantes por día.
Se confirmó que las autoridades encargadas «forzaron» el ingreso de hasta 1.300 visitantes más por día por la sobredemanda, que no podían afectar a la imagen del turismo puesto que muchos visitantes incluso tomaron el puente Ruinas en protesta por falta de boletos de ingreso.
Dada esta situación cabe alertar de los graves errores que pueden precipitar al deterioro irreparable de este Icono Nacional y Patrimonio Cultural de la Humanidad: transfigurar a Machu Picchu en un objeto de deseo del turismo global, dando a conocer el lugar como lo esencial a visitar en lugar de diversificar más en productos o servicios para que este santuario no se vea afectado por la sobrecarga. Vuelve a plantearse que debe ser gestionado desde la condición reducida a objeto turístico, cuyo acceso esté regulado en función de la satisfacción del visitante, dejando de lado el uso público que trate de conservar la autenticidad del patrimonio natural-cultural.